Hace como un año, vi en Facebook una imagen que me perturbó: en primer plano, una pareja de recién casados caminaba por el parque tomada de la mano. Al lado del hombre, en segundo plano, se divisaba de espaldas una mujer con un vestido entallado y corto. La novia caminaba ignorante y él, todavía ataviado para la gran ocasión, estaba caminando con la nueva esposa, pero mirando hacia atrás, hacia el vestido entallado (dudé en escribir "el vestido entallado" y estuve a punto de sustituirlo por "la mujer de espaldas", pero, en realidad, el sentido de la imagen no era demostrar que él ve otras mujeres, sino que su naturaleza lo hace voltear hacia lo que gusta; en este caso, las partes de mujer que el vestido entallado le permite observar (y de nuevo podría entrar en discusión el verbo "observar", porque no sé si realmente ponen atención a lo que divisan o si, como dicen varios, voltean porque hay piel y su naturaleza no les permite resistirse)). Quien subió la fotografía la tituló "Natura".
No puedo explicar atinadamente la decepción que ver esa imagen me provocó. Como adolescente emberrinchada, atiné a decir "Después de ver eso, afiancé la convicción de que no me quiero casar nunca. No confío en los hombres, y menos después de ver sus respuestas": y es que, en Facebook, los hombres aplaudían la publicación. Había incluso quienes aludían a las características físicas de una u otra mujer.
El hombre fue achicándose en su asiento. Su espalda, completamente erguida, fue encorvándose hasta que escondió la cara atrás de la laptop. Mi amiga y yo lo veíamos. No con lascivia, sino con coraje y, después, más rápido de lo que pensé, mi furia se convirtió en risa. Poco a poco, la sonoridad de nuestras carcajadas hizo que saliera de la fotografía. Otra vez recuperé mi voz, que dejó de ser chillona para convertirse en esta de soprano desafinado con que me hago oír. Le arrebaté mis rodillas, que en la ya vaga recolección de su memoria a corto plazo, seguramente no eran ya más que un par de muñones. Me aferré a estos muslos que no son de nadie más que míos. Y seguí riendo, porque la risa fue mi forma de regresar a la realidad.
No puedo explicar atinadamente la decepción que ver esa imagen me provocó. Como adolescente emberrinchada, atiné a decir "Después de ver eso, afiancé la convicción de que no me quiero casar nunca. No confío en los hombres, y menos después de ver sus respuestas": y es que, en Facebook, los hombres aplaudían la publicación. Había incluso quienes aludían a las características físicas de una u otra mujer.
Quise dejar de pensar en la publicación, pero definitivamente me dejó pensando mucho más de lo que hubiera deseado. Medité sobre las novias y los novios, sobre los vestidos entallados. Incluso me detuve en el significado de que él estuviera tomando a la novia de la mano, que caminaran hacia delante, pero que él mirara hacia atrás, como hacia la soltería. ¿La añora? Y la ingenua, curiosamente vestida de blanco, creyendo que camina con la cabeza en alto y no apuntándola hacia abajo. Luego me sentí una mojigata intolerante y, para dejar de juzgarme, saqué de mi mente mi análisis y seguí con la vida.
Digo, yo sé que los hombres son visuales. ¿Qué ven? A veces no me lo explico, pero no soy hombre, así que no puedo saberlo. Aunque definitivamente entiendo el impulso de mirar cuando se presenta un humano físicamente atractivo, a veces pienso, ¿hasta dónde es el instinto y en qué momento podemos controlarlo con la conciencia?
----
La semana pasada comí con una amiga que me alcanzó en la oficina. Nos sentamos en una mesa y, a fuerza de comer pan, me dio la impresión de que llené mi falda de migajas. Cuando llevé la mano hacia abajo, noté que el hombre sentado frente a mí seguía el movimiento de mi extremidad con la mirada y, finalmente, posaba sus ojos en mis piernas, mientras su pareja lo cubría de besos.
De inmediato, casi sin querer, recordé "Natura". De pronto, me sentí capturada por la vista de aquel hombre que no dejaba de verme las piernas con descaro, mientras su pareja se desvivía en cariños hacia él. De la incomodidad pasé a la molestia, y de la molestia a la furia, porque me pareció que ese hombre me encerraba en "Natura". En ese momento, me convertí en una falda (y no dudé en escribir falda); su mirada estaba perdida ahí, entre mis piernas, sin que yo le hubiera dado permiso para entrar (porque no lo piden, porque no les importa. Es que, en la oscuridad de la ceguera de sus ojos, dejé de ser una persona; para él, yo era una falda y unas piernas genéricas, justo como el "vestido entallado" no es una mujer de espaldas).
Me pregunté: "Si este hombre supiera lo que su mirada me provoca, ¿seguiría viéndome así?" Y entonces, la mujer que lo acompañaba se levantó al baño y vi mi oportunidad para responder mi inquietud. Con el tono de voz lo suficientemente fuerte para que me escuchara, le pedí a mi amiga que volteara hacia donde estaba y lo observara. Mientras lo hizo, le relaté lo sucedido. Todo con el gesto lo suficientemente adusto y con la voz más aguda que de costumbre, con lo cual mi frustración se hacía evidente.
El hombre fue achicándose en su asiento. Su espalda, completamente erguida, fue encorvándose hasta que escondió la cara atrás de la laptop. Mi amiga y yo lo veíamos. No con lascivia, sino con coraje y, después, más rápido de lo que pensé, mi furia se convirtió en risa. Poco a poco, la sonoridad de nuestras carcajadas hizo que saliera de la fotografía. Otra vez recuperé mi voz, que dejó de ser chillona para convertirse en esta de soprano desafinado con que me hago oír. Le arrebaté mis rodillas, que en la ya vaga recolección de su memoria a corto plazo, seguramente no eran ya más que un par de muñones. Me aferré a estos muslos que no son de nadie más que míos. Y seguí riendo, porque la risa fue mi forma de regresar a la realidad.
Y nos reímos. Y lo olvidamos. Y seguimos riendo, como dos amigas queridas se ríen de sí mismas al recordar sus anécdotas; luego nos pusimos serias, como dos mujeres que cambian de rostro cuando hay que hablar de temas formales, de esos en los que la risa sólo se cuela a veces, aunque no esté invitada a la celebración de un acto solemne.
Lo de ser hombre para pensar como un hombre, ummmm no creo que una mujer no pueda pensar igual, lo mismo que hizo el hombre en la foto " natura " lo habría hecho una mujer, no me gusta diferenciar géneros en ese aspecto, lo mismo que te hizo el hombre durante tu " lunch " una mujer se lo habría hecho a otro hombre, eso pasa todos los días de la vida, la cuestión es : cada uno hace lo que le pide su instinto, no sé si es más fiel o menos fiel a su pareja pero observar podemos todos, y lo que cada uno sienta en sus adentros, ese ya es problema suyo..no debería afectarnos aveces que nos observen, a no ser que lo hagan con miradas perversas, aunque a mí en lo personal no me incomoda, yo estoy segura de mi misma y el que uno se ponga a hacer fechorías mientras camino, o mientras me levante a limpiarme la falda, es cosa suya, supongo que aveces deberíamos estar por encima de muchas cosas de este tipo. de todas formas el tema " novio, novia ", " cuándo se es fiel?, cuándo no? ", " qué es lo correcto? o qué no? " está muy sobre valorado. cuando dejemos de encasillar muchas cosas y etiquetarlo todo, estaremos mucho mejor. Me encanta leerte, y me ha encantado compartir mi opinión, que solo es una simple opinión, cada uno puede hacer, decir, o pensar como le apetezca.. besos y abrazos desde este lado del charco.
ResponderEliminar